Durante años, el crédito fue presentado como herramienta de inclusión, dinamizador del consumo y puente entre expectativas y realidad. Hoy, sin embargo, se ha convertido en un espejo incómodo del malestar económico. La morosidad en los pagos alcanzó en junio su nivel más alto en quince años, con seis meses consecutivos de suba. No es un dato técnico: es una señal de alerta sobre la fragilidad del ingreso, la sobreexposición financiera y el agotamiento de las estrategias de contención.
En el segmento de familias, el índice de mora trepó del 2,7% en enero al 5,2% en junio. Los préstamos personales, que suelen ser el primer recurso ante la urgencia, exhiben una morosidad del 6,5%, mientras que las tarjetas de crédito alcanzan el 4,9%. En el sector privado, aunque los niveles son más bajos, la tendencia es similar: la mora pasó del 1,6% al 2,9% en el mismo período, con picos en las mismas líneas de consumo.
El poder de compra en caída
Este deterioro ocurre en un contexto de inflación contenida pero salarios estancados. El Gobierno logró mantener la suba de precios por debajo del 2% mensual entre mayo y julio, pero los ingresos no acompañan: los privados registrados perdieron 0,6% en términos reales desde diciembre, y los públicos acumulan caídas de hasta el 30%. Las paritarias, con ajustes que apenas rozan el 1,5%, no logran recomponer el poder de compra.
La caída de la confianza del consumidor en agosto, la más pronunciada desde 2023, anticipa un escenario de mayor restricción. El crédito, que creció en términos reales por el descenso de la inflación, empieza a mostrar sus límites. Los bancos, aunque aún no hablan de crisis, ya recortan líneas y endurecen condiciones. Las tasas, que oscilan entre el 110% y el 140% anual, hacen inviable cualquier intento de refinanciación.
En paralelo, el impacto sobre la actividad comienza a sentirse. El acceso al crédito por parte de empresas cayó 2,3% en agosto, y algunos analistas estiman una contracción económica del 0,3% en julio. El modelo de crecimiento vía endeudamiento parece haber agotado su impulso.
La pregunta que queda flotando es si este ciclo de morosidad creciente es apenas un síntoma o el inicio de una nueva fase de ajuste. Lo cierto es que, cuando el crédito deja de ser solución y se convierte en problema, el margen de maniobra se estrecha. Y el termómetro del sistema financiero empieza a marcar fiebre.