La polémica por la supresión de los aplazos en la provincia de Buenos Aires distrajo la atención del verdadero problema: el fin de la equidad educativa y la masivización de la enseñanza a costa de los aprendizajes de calidad. Aquí, algo más sobre esta tragedia en la que perdemos todos. Y sobre las experiencias a imitar.
Por Fernanda Sández
Tadeo está –formalmente- “en quinto”, como dice con orgullo. Pero después de revisar sus carpetas y escucharlo leer con una dificultad asfixiante, resulta evidente que su nivel real de conocimientos y destrezas nada tiene que ver con el grado que cursa. Y, por si hiciera falta aclarararlo, la culpa no es suya, ni de su maestra, ni siquiera de la escuela desmantelada a la que asiste en lo que se conoce como “el fondo de Lomas de Zamora», sino de algo mucho más complejo.
Se trata, dicen los expertos, de una combinación de factores (sociales, culturales, económicos e institucionales, entre otros) que hace que la escuela que alguna vez fue la herramienta igualadora y democratizadora por excelencia se haya transformado en una suerte de espacio de contención a donde se va a hacer muchas cosas (comer, jugar, estar lejos de la calle, interactuar con adultos a menudo mucho más dispuestos a escuchar que el entorno familiar más próximo)…Y, a veces también, a escuchar lo que dice la maestra.
¿Es eso “aprender”? ¿Es eso aprender a pensar, a argumentar, a resolver operaciones matemáticas? Los calamitosos resultados obtenidos por nuestro país en las evaluaciones internacionales PISA (Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes, un examen del que participan más de 500.000 alumnos secundarios de más de 60 países) no hace más que reconfirmar lo que los docentes ya saben: que, en un contexto de profunda desigualdad social como en el que seguimos viviendo más allá de lo que sostenga el relato igualitarista, no todos saben lo mismo porque no todos aprenden lo mismo, no todos cuentan con el necesario apoyo familiar para sostener la trayectoria educativa y en donde hasta el valor social antiguamente asociado a la educación parece haberse desdibujado.
Así las cosas, los alumnos secundarios argentinos ocupan el puesto número 59 sobre un total de 65 naciones. A la cabeza van los asiáticos, con las calificaciones más destacadas en ciencia, matemática y lengua; del medio para abajo (desde la posición 51 en adelante) figuran los países latinoamericanos. Argentina está a pocas posiciones de Perú, el país con peor nota en PISA 2013.
“La interpretación que nosotros le damos es que hemos mantenido el rendimiento en un contexto en que se han incorporado muchos alumnos”, intentó justificar el ministro de Educación Alberto Sileoni. Sin embargo, está claro que en un caso como éste aun “mantener el rendimiento” es una pésima noticia porque Argentina y sus estudiantes (el famoso “futuro de la Patria”) están a años luz de de los asiáticos y europeos, con todo lo que eso implica en materia de desarrollo y potencial de crecimiento como nación.
Y esto no es la típica queja tanguera lamentando aquello de que “todo tiempo pasado fue mejor”. Es constatación pura: con una inversión en educación que los defensores de “el modelo” fijan en superior al 6% de PBI y que –aun sin “inflar”- supera a lo invertido en el rubro por otras administraciones- muchos chicos no comprenden lo que leen, son incapaces de resolver operaciones sencillas y- al momento de ser evaluados- se vuelve necesario apelar a al “creatividad numérica” para no terminar en aplazo colectivo.
Según comenta Florencia Mezzadra, directora del programa de Educación de CIPPEC, “hacer inversiones para garantizar determinadas condiciones de aprendizaje es una condición necesaria pero no suficiente para que esos aprendizajes efectivamente se produzcan. Hoy, la gran pregunta hoy es cómo hacemos para mejorar las prácticas de enseñanza”, comenta.
Argentina fue, recordemos, el primer país del mundo en terminar con el analfabetismo. ¿Cómo fue entonces que llegamos hasta acá? ¿Qué pasó en el medio? En gran medida, eso que el investigador en educación Emilio Tenti Fanfani analiza en su documento Escolarización con pobreza. Allí documenta profusamente cómo en Latinaomérica, en los últimos quince años, la incorporación masiva de niños y jóvenes a la escuela no ha traído los cambios positivos y radicales que eran de esperar. En parte, porque esa incorporación en masa de sectores sociales antes postergados no estuvo acompañada por mecanismos que permitieran “nivelar” de algún modo las diferencias existentes entre distintos grupos del alumnado.
“En consecuencia, casi todos los niños y niñas de América Latina entran a la escuela, pero no todos cuentan con iguales recursos familiares y escolares para avanzar en el aprendizaje, permanecer en la carrera escolar y lograr certificados y títulos escolares socialmente relevantes”, apunta allí.
Y más adelante agrega otro dato revelador al decir que “en el contexto de sociedades extremadamente desiguales, la masificación de la escolarización en el nivel medio se acompaña de una fuerte acentuación del carácter estratificado de la oferta institucional de enseñanza. Mientras las élites tradicionales o modernas escolarizan a sus hijos en colegios de jornada completa y con una oferta curricular bilingüe (por lo general español inglés) al mismo tiempo que más rica y más variada en contenidos, los sectores populares del campo y la ciudad tienden a frecuentar instituciones más pobres en términos de infraetructura, oferta curricular y recursos en general”
Traducción: el antiguo sueño sarmientino de las escuelas como promotoras del desarrollo social quedó reducido, en muchos casos, a escuelas- centros asistenciales adonde van los pobres a recibir pobres conocimientos, en pobres condiciones edilicias e impartidos por docentes de pobre formación. Así es como ese dispositivo, originalmente concebido como igualador social, termina replicando y aún profundizando las diferencias que alguna vez se propuso subsanar.
Desde la Asociación Civil para la Igualdad y la Justicia (ACIJ), Dalile Antúnez apunta al respecto que “ la educación debería ser el elemento que contribuya a igualar las posiciones dentro de la sociedad y por eso mismo es un tema trascendente. Pero, en la práctica, ese rol no lo cumple plenamente. Falta incluso información tan básica a la hora de educar como en qué lugares hay mayor demanda de vacantes, dónde faltan vacantes, etc.
“En el caso de nivel medio, por ejemplo, en la ciudad de Buenos Aires no se sabe siquiera a qué distancia viven los alumnos del colegio al que asisten. Y viajar dos o tres distritos para llegar al colegio impacta directamente en el rendimiento de esos chicos, lo que implica ya de por sí una inequidad enorme. Tener que viajar mucho siempre es desalentador a la hora de estudiar, consigna.
Y agrega otro dato interesante: “en la ciudad de Buenos Aires hay una política activa de subsidiar a las escuelas de gestión privada, con lo cual desde el propio sistema estatal se favorece la segregación. Evidentemente, falta colocar a la educación como una prioridad e invertir en políticas públicas que tiendan a igualar oportunidades”.
Con todo, hay luces de esperanza porque -como señala la especilista de CIPPEC – “hay experiencias que demuestran que, aun en contextos muy adversos, los chicos pueden aprender y salir adelante. Allí se involucra a la familia en el proceso educativo, se hacen apuestas potentes y –entre otras cosas- se hace otro uso del tiempo, además de aplicar estrategias escolares innovadoras”.
“Es el caso de las llamadas “escuelas resilientes” en donde se produce lo que se conoce como Efecto Pigmalión: si las expectativas sobre esos chicos de sectores menos favorecidos son altas, y los decentes logran comunicar esas expectativas al grupo y a sus familias, el grupo responde y los aprendizajes se logran. No hay que pensar en “currículas pobres para pobres”, sino todo lo contrario porque esto es una profecía autocumplida: si creo que los alumnos están para más, van a estar para más”.
Pero como apunta Tenti Fanfani en su estudio, entre el deseo y la realidad suele haber una gran distancia. De allí que mientras que “hoy puede afirmarse que en la mayoría de las áreas urbanas metropolitanas de América Latina para construirse una subjetividad relativamente autónoma, participar en la vida pública como ciudadano activo e insertarse con éxito en el mercado de trabajo es preciso contar por lo menos con 12 años de escolaridad, sólo una minoría de ciudadanos de América Latina logra completar estudios secundarios”. ¿Más claro? La equidad educativa, al menos por ahora, también nos la seguimos llevando a marzo.
Para saber más:
* http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2013/12/131203_pisa_resultados_aml
* https://www.youtube.com/watch?v=JyuZ0gktahA
* http://bilinkis.com/2009/11/%C2%BFquien-dice-que-los-estudiantes-no-comprenden-lo-que-leen/