El asesinato de una adolescente de 17 años no fue lo único brutal del caso Melina Romero. Mucho de lo más espantoso vino después y estuvo a cargo de lo más granado (¿o “granada”?) de nuestro periodismo vernáculo. Lecciones de machismo y la vieja historia del “algo habrá hecho”, versión siglo XXI.
Por Quena Strauss
“Chacal: mamífero cánido parecido al lobo, pero de menor tamaño y con el pelaje pardo rojizo o gris amarillento; se alimenta de carroña y pequeños animales”, indica el diccionario. Cuando el cuerpo de Melina Romero fue encontrado en León Suárez, ya no era mucho más que algo parecido a la carroña: huesos, carne deshecha y un par de zapatillas que fue lo que permitió identificarla. Hacía un mes que faltaba de su casa.
Los chacales, sin embargo, la olieron mucho antes. Vieron (para eso son chacales) el potencial de carroña en aquella chica menuda que parecía ser una máquina de hacer las cosas mal: no estudiaba, no trabajaba, dormía hasta tarde, vivía “de boliche en boliche, se había hecho varios piercings y –casi en el colmo de lo indebido- tenía “cinco perfiles de Facebook”. Clarín, el gran diario argentino, catequizó con eso en una nota titulada “Una fanática de los boliches, que abandonó la secundaria” y en la que se presentaba a la chica (por entonces desaparecida) como alguien “sin rumbo”.
De ahí a decir que era una “perdida” había sólo un módico pasito conceptual cuyas pistas había ido sembrando el autor de la nota como la bruja de Hansel y Gretel hizo un caminito de caramelos para llevar sus presas hasta la casa en el bosque. Pero, nobleza obliga, no fue éste ni el único ni el único medio que se encargó de hacer con Melina lo que más tarde haría la autopsia: buscar en su cuerpo rastros de los culpables. Sólo que, por obra y gracia mediática, aquí todos los indicios señalaban a la víctima.
Con una sincronización que fue cualquier cosa menos casual, los medios activaron su instinto predador básico y –en cuanto olisquearon un poco de sangre- allá fueron todos a disputarse su porción de miseria. A buscar –y contar en voz alta, en letras bien rojas- las razones por las que Melina “merecía” morir.
Se toparon, para gran alegría de todos, con una chica que había sacado aplazo en todas las materias que dicta la Universidad del Sentido Común: bolichera, fumadora, “dedicada a la vagancia” (como dijo uno de sus hermanos), dada a dormir hasta tarde, ni-ni ciento por ciento pura y –para completar el cuadro del supuesto desastre- un dato estremecedor de viejas: Melina era “hija de padres separados”. Dios nos libre.
Hace doscientos años, el médico italiano Cesare Lombroso –autor entre otras obras del famosísimo El hombre delincuente, texto central de la criminología positivista- formulaba sus teorías acerca de los delincuentes natos y del crimen como consecuencia inevitable de un determinado perfil anatómico. ¿Orejas tipo Dumbo? Delincuente. ¿Mandíbula inferior desplazada hacia adelante? Delincuente. ¿Mayor fuerza en el lado izquierdo? Delincuente otra vez.
Hoy –supuestamente- el pensamiento lombrosiano ha sido superado por teorías más “científicas”. Sin embargo, ahí están todavía sus ideas sobre los criminales natos; la única diferencia es que ahora algunos parecerían tratar de convencernos de que existen las “víctimas natas”. Las chicas que- como Melina- de algún modo se buscan lo que les termina pasando.
Así, mientras se construía mediáticamente a Melina como la víctima perfecta, en el medio se sucedió la clásica novela por entregas propia de todo “caso policial”. Hubo versiones, testigos, vecinas, amigos, pedidos de información al público, videos y hasta un pai umbanda. Todo terminó como suele terminar siempre en el país donde una mujer es asesinada cada 30 horas: con un cadáver demasiado joven. Y con los chacales demasiado cerca.
“Miley Cyrus, la escuela para las futuras Melinas Romero”, tituló su editorial el Diario Veloz, a cargo de Samuel “Chiche” Gelblung. Y, por si acaso a alguien no le había quedado claro el concepto, a continuación se leía: “Los shows subidos de tono de la cantante estadounidense, donde priman la provocación y la pornografía son mala influencia para la juventud argentina”. Que eso lo expresara Gelblung (docto en catar frente a cámara la pulposidad de tal o cual cola “hecha” por un cirujano) es, apenas, un irónico detalle.
Lo inquietante es lo otro: la preocupación por la supuesta escuela adonde las víctimas van a aprender cómo convertirse en una (en vez de preguntarse dónde es que a algunos varones se les enseña a asesinar a las chicas que se niegan al sexo grupal), por ejemplo. O la detallada descripción de lo que llevaba puesto Melina la noche de su cumpleaños: “El video donde se ve a Melina saliendo de bailar la mostró así: vestida de manera provocativa, con shorts y una remera corta, y a los besos con un joven. Por eso, el mensaje que brinda Miley Cyrus es absolutamente contradictorio dentro de una sociedad donde se intenta formar a las jóvenes bajo una cierta línea”, anota “Chiche”.
Shorts y una remera corta (traducción: “provocativa”) es pues el atuendo de las chicas que se buscan problemas. De las putitas, vamos. De las satánicas seguidoras de Miley Cyrus, “contradictorio dentro de una sociedad donde se intenta formar a las jóvenes bajo una cierta línea”. Lástima que aquí no estamos hablando de moda, ni de si conviene o no salir a los besos de algún baile: hablamos de lo que en otros lugares se llama “gang rape”, o “violación en banda”. Que es, precisamente, lo que le hicieron a Melina, la chica que –como nos susurra la mayoría de los medios- “algo habrá hecho” para que le pasara lo que le pasó.
Según se desprende del expediente, a Melina Romero -en el día de su cumpleaños- algunos conocidos la convencieron de acompañarlos “ de gira”. Después la drogaron y –según los dichos de una testigos-“la cagaron a palos” por no querer “enfiestarse”. La violaron desmayada. Cuando se despertó, la volvieron a golpear y la volvieron a violar. Finalmente, la mataron a golpes, y –todavía viva- la metieron en una bolsa de consorcio llena de piedras y la tiraron en un predio del CEAMSE. Todo culpa de un short, cinco piercings. Y Miley Cyrus.
“El ejemplo para nuestra juventud no es bueno”, concluye la nota firmada por Gelblung. Y está en lo cierto. Que ideas como las expresadas–ideas rebosantes de sexismo pero, y antes que eso, de prejuicio y de ignorancia- circulen sin que ningún colega (vayan las excepciones de Mariana Carbajal, Maximiliano Montenegro, Mario Wanfield y no muchos más) sea capaz de ver la atrocidad en juego no es, definitivamente, un “buen ejemplo”. Si el periodismo es eso, gracias. Paso.
De lo que nadie podrá pasar, sin embargo, es de la repetición de casos como éste hasta que los shorts dejen de estar de moda y Miley Cyrus se haya convertido en una venerable ancianita. Básicamente, porque la matriz de violencia machista que los engendra y los promueve, primero, y los justifica, después, permanece intacta.
Y aun más básicamente, porque a la hora de la violencia sexista, la “perdida” Melina Romero y la “encontrada” Angeles Rawson (estudiosa, de su casa y de largos pantalones de gimnasia) dan exactamente lo mismo. Carne de cañón violar primero y tirar después. Como la basura que son para sus asesinos, en un predio del CEAMSE.
Admitiendo una torerita como causal de muerte, haciendo de cada uno de sus cinco perfiles de Facebook un cómplice y de su “mala junta” una justificación de lo injustificable, el crimen de Melina Romero termina por tener un único responsable. Y no es otro que esa chica que todavía nos sonríe desde una foto que los chacales sacuden felices, mientras brindan a la salud de los “buenos ejemplos”. Y de todas esas chicas que, como Angeles, no usan minishort. Dios nos libre.
Para saber más:
* http://www.diarioveloz.com/notas/132711-miley-cyrus-la-escuela-las-futuras-melina-romero
* http://www.clarin.com/policiales/fanatica-boliches-abandono-secundaria_0_1211279038.html
* http://tn.com.ar/policiales/en-el-boliche-el-video-de-melina-poco-antes-de-desaparecer_531409