El insólito debate sobre la teta de Vicky Donda alimentando a Trilce

Por: Leila Sucari @LeilaSucari

Vicky Donda fue noticia por el simple hecho de alimentar a su hija durante una sesión en el Congreso. Muchos la criticaron y dijeron que era una desubicada. El Estado defiende la lactancia materna pero la sociedad aún castiga a las mujeres por amamantar en lugares públicos ¿Por qué dar la teta debería ser un acto privado? 

Hace poco -cuando todavía no había llegado el frío- una amiga de Facebook publicó una foto de una mujer dando la teta en un parque. Hasta ahí todo genial. Tengo un bebé de nueve meses y le doy la teta adonde quiera que vaya: plazas, talleres, colectivos, bares, casas, oficinas, subtes, etc. Así que la imagen me pareció de lo más común del mundo. El problema, o mejor dicho la sorpresa, fue lo que la susodicha decía para acompañar la fotografía: “Las que quieren amamantar deberían ponerse un pañuelo encima porque no somos tan básicos como para andar por la vida medio desnudas con la excusa de ser madres». Ok, pensé, qué coñazo le pasa a esta mujer. Pero la cuestión no terminaba ahí. No era una reflexión absurda de una persona con desvarío momentáneo. No se trataba de un pensamiento aislado y marginal, sino todo lo contrario. Muchísima gente -casi todas mujeres- festejaban su comentario y sumaban otros brillantes análisis como «no tiene un mínimo pudor, le falta educación»,»así está el mundo, se perdió la vergüenza y el respeto hacia los otros», «qué obseno y desagradable”, “no hay por qué soportar ver a alguien con la lola fuera», «cagar y coger es natural y a nadie se le ocurre hacerlo en una plaza», etc.

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Esta semana la diputada Victoria Donda fue noticia. ¿Por presentar un proyecto de ley? ¿Por sus argumentos durante un debate? ¿Por una campaña política? No, por darle la teta a su hija. Distintos portales publicaron una foto mientras alimentaba a su bebé en el Congreso. Se dijo de todo: que era una desubicada, una grasa, que faltaba el respeto, que por qué no se sacaba leche y se la dejaba a una niñera, que daba asco, que debería taparse con una mantita, entre otros comentarios agresivos y similares a los que hacía sólo unas semanas yo había leído en mi Facebook. Otros hablaron de “necesidad de votos” y hasta hubo mujeres que la acusaron de hacer uso de un privilegio -dar la teta- que la mayoría no tenía. Simple y concisa, la diputada respondió a las agresiones con una frase que lo resume todo: “Necesidad de Trilce”.

Esta vez no me sorprendí, pero sí seguí preguntándome por qué. ¿Por qué tanto rechazo? ¿Tanto espanto puede causar una teta? ¿Qué es lo que asusta de un pezón femenino? ¿Por qué el doble discurso de levantar banderas a favor de la lactancia al mismo tiempo que se produce un escándalo por una mujer dando la teta sin taparse?

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Este año el Estado reglamentó la Ley de Promoción y Concientización Pública sobre la Lactancia Materna. El objetivo es promoverla y generar conciencia sobre todos los beneficios que tiene dar la teta de manera exclusiva y a libre demanda hasta los seis meses y combinada con otros alimentos hasta -por lo menos- los dos años. Según la OMS, la lactancia materna tiene beneficios para el bebé: aporta todos los nutrientes y anticuerpos que necesita, reduce la mortalidad infantil, es fácil de digerir y previene de alergias, además de ser una forma de dar amor y contención. También beneficios para la madre: retrasa el regreso de la menstruación, ayuda a recuperar el peso previo al embarazo, reduce las posibilidades de contraer cáncer de mama y de ovario; y beneficios para el mundo ya que es una forma de alimentación segura, económica y que no genera ningún tipo de contaminación ambiental.

Sin embargo, a pesar de todos los puntos a favor, menos de la mitad de los bebés toman la teta. El mercado está lleno de leches de fórmula y de simpáticas mamaderas que se encargan de suplantar a la bendita lactancia materna. Ninguna madre es mal vista por darle el biberón a su hijo en la parada de un colectivo. Nadie critica a una mujer por darle leche de vaca a su hijo de dos años antes de ir al jardín. Pero pobres de las que elijamos asomar un pezón para alimentar a nuestro pequeño en un lugar público y -muchísimo peor- si el bebé supera los seis meses. “Te usa de chupete”, “me da impresión”, “lo vas a transformar en un mamero maricón”, “tenés que empezar a separarte”, son algunos -pocos- de los comentarios que me han hecho a mí y a tantas otras que decidimos alimentar a nuestros hijos poniendo el cuerpo en vez de la billetera.

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¿Sirve de algo que exista una ley a favor de la lactancia? Sí, claro. Pero no de manera aislada. No sirve si, en vez de reconocer todo lo bueno y respetar el valor que tiene en la educación y en la salud de nuestros hijos, se señala con el dedito levantado a las mujeres que se atreven a desabrocharse la camisa para darle de comer a su bebé. No sirve si no naturalizamos la lactancia y dejamos que cada cual sea libre de sacar su teta dónde y cuando se le cante. No sirve si cuando un bebé tiene hambre la madre debe hacer maniobras imposibles para que nadie se de cuenta de lo que está haciendo. La ley es positiva, pero lo más importante es tomar conciencia de que que la voz que censura la teta es la misma que agrede, viola y destruye nuestros cuerpos. Ese machismo invisible que está por todos lados y nos pone un corset en la cabeza.

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