“Es una realidad que puede observar todo el mundo. El incremento del uso del teléfono móvil y la importancia de este en nuestra sociedad y en cada uno de nosotros. Mis propios alumnos me enseñaron el registro de su uso diario con este dispositivo, en el que pasaban entre cinco y seis horas al día”, explicó Telmo Lakzano Muga a María Julia Olivan.
Alertado por esta realidad, decidió tomar cartas en el asunto. Ya que, especialmente en edades tempranas, el uso de las redes sociales suponía un foco de conflicto muy común: “quería crear una relación sana entre mis alumnos, sus teléfonos móviles y las aplicaciones que había en ellos”.
Así fue como empezó el proyecto #NOPHONECHALLENGE que involucró a 19 alumnos quienes admitieron sufrir, durante los primeros tres días, «dificultades para conciliar el sueño, cierta ansiedad y pensamientos intrusivos”.
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Netflix, el tiempo en el teléfono y las estrategias de las redes sociales
“El proyecto contaba con tres partes y, aunque la más conocida fue la última, este no hubiera tenido éxito sin las dos anteriores”, relató Lazkano.
La primera parte tenía como objetivo que los alumnos pudieran interpretar lo que son realmente las redes sociales, en qué basan su negocio, cómo consiguen mantener la atención a través de la pantalla y qué consecuencias tiene ese proceso.
“Los puse a ver el documental ‘El dilema de las redes sociales’ de Netflix”, contó el profesor. Después de esto tuvieron que contestar diez preguntas que invitaban a la reflexión y el debate. Esta fue la segunda parte del proyecto.
Algunas de las consultas eran del tipo: “¿Qué técnicas psicológicas utilizan las grandes aplicaciones para mantenernos durante horas delante de la pantalla? o ¿Cómo afecta esto a nuestra autoestima y salud mental?”
“Al final ellos construyeron su conocimiento mediante el debate en clase”, señaló.
“Entre las ideas que surgieron se destacaron las reflexiones sobre los mensajes que llegan desde estas redes que elogian el materialismo y una vida de acumulación de cosas. La idea de felicidad, la distorsión en los objetivos que se planteaban para el futuro”, detalló Telmo.
Después de esta segunda parte los alumnos contaban ya con un conocimiento amplio y un punto de vista crítico, por lo que se dio paso a la tercera y última parte del proyecto, que consistía en llevar a las aulas lo que habían aprendido en la vida real.
Así, y de manera voluntaria, 19 de los 23 alumnos que tenía en clase dejaron sus teléfonos apagados (Telmo también) en la dirección de la escuela por una semana.
“Además de esto, los alumnos tenían que escribir un diario donde narraban todo lo que había sucedido a través de esa acción…Cómo se habían sentido psicológicamente, las horas donde extrañaban el teléfono, las veces que se llevaron la mano al bolsillo a buscarlo y cómo lidiaron con el aburrimiento”, añadió.
En el aula, los chicos que participaban del proyecto manifestaron síntomas de dependencia, como puede ser comer más de lo normal, dificultades para conciliar el sueño, cierta ansiedad y pensamientos intrusivos.
“Al cuarto o quinto día empezaron a sentirse mucho más tranquilos, felices, discutían menos, en el aula estaban mucho más atentos. Muchos decían que se habían quitado un peso de encima, y que esas cinco horas que pasaban con el móvil pasaron a invertirlas haciendo cosas más saludables como leer, pasear, salir y estar en la naturaleza”, destacó.
Cuando quedaba un día para terminar la prueba, varios alumnos le reconocieron a Telmo que no querían o que les daba miedo tener el teléfono de vuelta por caer en la dinámica de antes: “Para mi sorpresa lo que yo pensaba que era una utopía sucedió en algunos alumnos, y es que a los cuatro o cinco meses de finalizar el proyecto, con este totalmente apartado de nuestras vidas, salió el tema en clase y algunos me enseñaron el tiempo de uso de sus teléfonos, el cual se había reducido a la mitad. Ellos mismos fueron los que pusieron en práctica todas estas medidas e incluso eliminaron algunas aplicaciones como Instagram o Tik Tok”.
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Las (feroces) estrategias para mantenernos en línea
“Las redes sociales están creadas para ser adictivas, pero depende de cada uno entrar o no en ese juego. En el caso de los niños, es responsabilidad de los padres no darles este tipo de aparatos porque es peligroso”, sostuvo Telmo.
“Internet es una herramienta que necesita mucha formación, un mínimo de edad, y que los menores sean acompañados en ese proceso. La falta de formación es costosa. Muchos niños, ahora adolescentes dependen del teléfono, y esto es grave”, planteó Lazkano.
“Un ejemplo: jugando al parchís nadie que yo conozca se ha enganchado. A la tercera partida ya nos hemos aburrido. Pero pasa que con estas cosas queremos más y más. Ellos usan muchas técnicas diferentes. Por ejemplo, no hay un final siempre hay una pantalla más, siempre tenes una motivación extra para seguir. Pero también está el tema del diseño tecnológico, un ejemplo está en el uso de los colores, en algunos casos, cuando lo requiere, usan colores brillantes que estimulan el cerebro, pero podemos ser más específicos. ¿Qué color usarías para colorear algo que necesita atención que es de riesgo que tiene importancia. La respuesta es rojo. Pues no es casualidad que todas estas aplicaciones antes de ser abiertas utilizan un círculo en rojo. Si entras y lo sacas, y lees los mensajes, el color desaparece; el cerebro interpreta calma, desapareció el peligro, bajamos la ansiedad”, explicó el profesor.
“La lógica algorítmica tiene dos objetivos: todo lo que hacemos con el teléfono se monitoriza. Cuánto tiempo pasamos viendo una foto, donde hacemos las compras, que compramos, a quien le hemos dado un like. Nos conocen mejor que nuestros padres. Eso lo usan para ganar dinero. Esto sirve para diseñar patrones, y darnos lo que nos va a gustar y así mantenernos en línea, y además estos datos se venden, por ejemplo a empresas o partidos políticos”, reveló.
¿De qué se trata el efecto burbuja?
“Otro tanto sucede, con YouTube, donde hay un consumo de contenido mundial de mil millones de horas al día y el 70% de dicho consumo viene de vídeos recomendados. Esto quiere decir que la población mundial recibe y consume 700 millones de dosis de contenido de algo que en principio no buscó. Pero va más allá. En YouTube hay más de 800 millones de vídeos, pero solo se nos exponen unos 10 vídeos como recomendación, es decir, el 99,99% de lo que vemos está predeterminado.
“Se produce lo que explicaré en mi libro (sale en octubre) con más detalle, pero básicamente es una tendencia hacia la radicalización y la negatividad del contenido. Esto es, si me gusta ver aterrizar aviones, la lógica algorítmica empezará recomendándome vídeos parecidos. Después, los impactantes y acabará recomendando accidentes aéreos “explicó.
Según esta teoría, el ser humano tiende a atender y recordar mejor algo negativo o que nos pueda poner en riesgo.
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“Un ejemplo, si hemos sufrido una violación y el agresor usaba una colonia muy fuerte, años más adelante, si olemos ese perfume, es probable que se activen mecanismos de defensa automáticamente en nuestro cuerpo como la amígdala y lo rechacemos. Si subimos una foto a las redes sociales y tenemos 19 comentarios positivos y uno negativo, muy probablemente muchos de nosotros recordaremos solamente el negativo sobre los positivos. Todo esto la supercomputadora lo sabe a la perfección por lo que tenderá, independientemente de la temática, en muchos casos a recomendar vídeos cada vez más extremos, impactantes y con tinte negativo, ya que tendemos a prestar más atención a estos y ese es el objetivo último”, lamentó Telmo.
“Es el efecto burbuja, que en algunos casos resulta ser una combinación muy nociva. Solo recibiremos contenido de una temática y no conoceremos otra perspectiva en nuestra realidad virtual. Esto hace que lo que estemos consumiendo en la red, un contenido extremadamente personalizado y en muchos casos radicalizado, lo identifiquemos como verdad. Incluso muchas veces como la única verdad, ya que la verdad es nuestra percepción de la realidad y si el algoritmo no nos enseña otra realidad… Esto lo puedes aplicar para entender parte del extremismo político de hoy en día, la polarización social”, resumió el investigador.
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