Según datos de la organización Mujeres de la Matria Latinoamericana (MuMaLá) , el 80 % de las mujeres se siente insegura al andar por la calle en Argentina. El 93 % aseguró que al menos una vez en su vida sufrió de algún tipo de acoso callejero. En paralelo, crece la oferta de clases de defensa personal y la venta de artículos como gas pimienta y otros objetos de «protección» pero… ¿Dan resultados? ¿Conllevan más riesgo? ¿O es la respuesta que repite el problema?
Fernando Pascual es instructor en defensa personal. A las víctimas de violencia de género les da clases gratis, a través de la ONG Las Mirabal, de La Plata. Él dice que todavía hay mucho prejuicio y si bien aumentan las consultas, luego hay una demora hasta que las mujeres se deciden a tomar la primera clase. Cuando empiezan, dividen a los grupos entre aquellas que nunca sufrieron violencia física (ellas practican con grupos mixtos, para defenderse) y quienes sí fueron golpeadas y sufrieron abuso (ellas trabajan sólo entre mujeres, con asistencia psicológica porque las primeras clases son muy movilizantes).
Quienes dan las clases dicen que la defensa personal enseña a sobrevivir. Que quien las toma tiene más chances de salvarse de un ataque que quien nunca entrenó. ¿Qué enseñan? “No, solo técnicas -dice Pascual-. También a respirar, a resistir, a caer sin lastimarse y hasta Reanimación Cardio Pulmonar”. Las mujeres que toman clases por lo general tienen entre 17 y 35 años y trabajan fuera de sus casas, por lo que muchas veces se sienten inseguras si vuelven de noche. Pascual dice que conoce muchas historias de mujeres que pudieron defenderse. “Y cientos de historias donde las seguían y acosaban en ambientes públicos o privados, y han obrado de manera muy táctica y preventiva, dejando expuesto al agresor, o han hecho uso del gas de pimienta”, agrega. Para él, “sucede un cambio mental en las mujeres que entrenan con regularidad, se empiezan a dar cuenta que el tamaño o fuerza no son requisitos, que todos los seres humanos tenemos básicamente las mismas debilidades: ojos, genitales, rodillas y cuello”.
Si nos fijamos en sitios de venta online, como Mercado Libre, hay toda una batería de objetos destinados a la defensa personal. Miremos el gas pimienta, por ejemplo. Vienen con forma de llavero, de lápiz labial, de perfumero. Los venden entre $100 y $500. En los comentarios al producto hay de todo, desde palabras de elogio por “lo discreto”, hasta quejas porque “no tiene suficiente alcance”. Lo cierto es que son muchas las consultas, de todo el país, para saber las características del producto. Un solo aviso informa que tiene más de 1.300 vendidos. Hasta se ofrecen picanas eléctricas promocionándolas como “ideal para mujeres para defensa personal”.
También hay libros y hasta un paraguas con manopla pensado para la misma tarea ¿Dónde buscar el límite? ¿Cuándo empezar a preguntarse por el negocio?
El año pasado, en Polonia, donde el 85% de las mujeres sufrió acoso alguna vez, el Estado dio clases gratuitas para todas las mayores de 18. En países como Bélgica, Francia, donde los índices de violencia doméstica también son altos, los cursos son regulados por el Estado. El año pasado también, el diario El País, anunciaba el auge de las clases de defensa personal entre las mujeres en España. Destacaban algo en particular, eran muchas madres que decidían llevar a sus hijas a esos cursos.
En el mundo hay otros nombres que han trascendido en esta tarea de dar herramientas de defensa: Margaret Mbatia, una keniata que se dedica a enseñar en Korogocho, Nairobi.
En Argentina, varias ONGs y diferentes instituciones lo ofrecen. En la Casa Abierta María Pueblo, también en La Plata, abordan la problemática de la violencia familiar y entre otras tareas dan clases de defensa personal. Dario Witt es el creador de la fundación.
Por su parte, Mabel Bianco, presidenta de Fundación para Estudio e Investigación de la Mujer (FEIM), dice: “que las mujeres se preparen por si reciben violencia de un extraño creo es algo que no todas eligen pero no es malo; especialmente si junto a esto aprenden a valorarse y mejoran su autoestima frente a los otros”.
Pero aclara: “En los casos en que son mujeres que viven violencia y por parte de sus parejas o ex parejas, me parece que no es con violencia que se combate la violencia. Si bien estas son técnicas defensivas, implican violencia física. En general, las mujeres si quieren responder con violencia a la violencia del compañero, llevan en la mayoría de los casos las de perder porque ellos suelen ser físicamente más fuertes y hábiles que ellas, y además como ellas están vinculadas afectivamente con ellos, muchas veces no llegan a defenderse, porque los sentimientos les impiden. Me parece que las mujeres que viven violencia deben ser ayudadas a entender esas relaciones, a tomar distancia y a cuidarse en el manejo frente a esa pareja y sus reacciones, pero psicológicamente, y también con conductas no de agresión, a través de la distancia y separación, algo que les cuesta mucho y es lógico y entendible. Por eso, en estos casos no considero lo mejor enseñar estas técnicas. Quizá, el mejor subproducto es que ellas así puedan reflexionar sobre esta pareja, pero no sé si llegan a tomar la distancia que es lo que necesitan”. En resumen, para Bianco, no debería ser una cuestión de política pública la enseñanza de defensa personal.
Este tipo de situaciones se dan en un contexto en el que organizaciones feministas y de derechos humanos presentaron en estos días una carta a dos domisiones de la Cámara de Diputados manifestando su preocupación por la disminución del presupuesto destinado al Instituto Nacional de las Mujeres: mientras que en 2017 se asignó $163.500.000, para el 2018 el monto es de $161.548.292.