¿Se puede solucionar el caos de tránsito sacando semáforos?

Por: Fernando Sommantico @ferlegend1

Hace un par de décadas que en Buenos Aires el tráfico se ha hecho más agobiante y tedioso. La creación del metrobus, las bicisendas, los controles fijos y móviles de velocidad son un acierto. No hay dudas que todas estas medidas están  orientadas a lograr  un tráfico más fluído y una disminución de los accidentes. Pareciera ser que mientras mas controles tenemos, mejores  resultados se obtienen ¿Pero es la única solución posible la coacción estatal?

Por Fernando Sommantico (@ferlegend1)

Aunque suene imposible, en la ciudad Holandesa de Drachten se logró reducir la cantidad de accidentes y la velocidad de circulación del tránsito sacando todos los semáforos y señales. Su creador fue un holandés llamado Hans Moderman. Pensaba que todos las señales viales distraen al conductor de lo que es realmente importante: la interacción con los otros vehículos, peatones, ciclistas etc. Según él, al no haber señales el conductor se ve obligado a prestar atención a sus conciudadanos. Esta filosofía para muchos puede ser más que discutible, pero vayamos a lo que piensan  los psicólogos especialistas en este tema en Holanda y en otros países, estos sostienen  que la exagerada cantidad de regulación vial existente hace que ignoremos el 70% de la misma y que hay situaciones que lo llevan a uno a reacciones negativas, por obligarnos a hacer cosas que no consideramos lógicas en esos momentos. Por ejemplo, parar en un semáforo cuando no viene nadie del otro lado. Según Moderman, ello crea un resentimiento que se manifiesta  en el acto de acelerar el auto cuando el semáforo se pone en amarillo: ya que cuánto mayor es el número de recetas, el sentido de la responsabilidad personal de la gente disminuye. La ausencia de controles funcionaría al revés, porque cuando uno no sabe exactamente quien tiene el derecho de paso, tiende a buscar el contacto visual con los demás conductores que circulan por las calles. De esta manera se reduce automáticamente la velocidad y se toman mayores cuidados. Resumiendo: lo que Mondermam nos dice es que si sacamos todas las señales de tránsito, los automovilistas prestarían más atención, serían más considerados y, probablemente –esto es propio-, ese respeto hacia el otro mejoraría nuestra calidad de vida a al reducir la violencia. Sin embargo, esta filosofía tiene también detractores. Expertos de la  Universidad de Duisburg de Alemania afirmaron que si se abandonan directrices claras, el tráfico se convertirá en un bazar de estilo oriental, porque los alemanes están muy acostumbrados a respetar las normas. Pero la pregunta se impone, por estas latitudes ¿es realmente así? Da la sensación que la atención  en el manejo en la mayoría de los conductores es secundaria, puesto que  tienen otras prioridades y sus pensamientos están lejos del volante y a menudo aprovechan el tránsito para exteriorizar sus emociones.  Volviendo a Drachten,  podemos concluir  que el gran acierto de Monderman, fue interpretar los hábitos de manejo y las necesidades de la gente que por allí circula. El programa actualmente  es aceptado en siete ciudades de distintos países  en el mundo. Ninguna de ellas, sobrepasa los cien mil habitantes. Sea como sea, la idea holandesa deriva de la vieja afirmación socrática: “Aquel que quiera cambiar al mundo, debe empezar por cambiarse a sí mismo”

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