Ávido de genuflexión, Tuqui se fue al Fondo

Por: Tuqui

Nuestro intrépido humorista de actualidad decreta un nuevo fracaso en un país ávido de arrodillarse ante el FMI, despotrica contra nuestros clichés de democracia y se alegra del nuevo peronismo septuagenario. Léanlo antes de que se le venzan las rodillas.

 

Digámoslo con todas las letras, que son 22: Hemos fracasado de nuevo.

Pasados más de dos años, los objetivos no se han cumplido: La pobreza sigue ahí, acechando a los que todavía no devoró, la grieta se ha solidificado antes que cerrarse y en el país se mueven más kilos de falopa que de ladrillos.

Todo estaba atado a la lluvia de inversiones, pero el tío rico que pagaba la fiesta se borró y el alquiler del salón hay que pagarlo igual.

La —para mí— saludable decisión de eliminar el fútbol para algunos (los que aman el fútbol) pagado con la plata de todos no deja, aun siendo acertada, de ser otra mentira de campaña. Al eliminar el cepo hubo inflación. Las inversiones no vinieron. La oficina anticorrupción la maneja el partido de gobierno. Hay nuevos chanchullos y negociados (parece que la palabra robo sólo debe utilizarse para diferenciar la gestión anterior) donde suelen aparecer nombres cercanos al Ejecutivo. Los ministros que claman por inversiones tienen el botín… perdón, sus ahorros en el exterior. El dólar es la tortuga que se le escapó a Sturzenegger, las tasas convierten la especulación en la única opción viable para zafar de poner un negocio y quedar arruinado por impuestos y tarifas, aún con salarios que valen cada vez menos, y cada día estamos un poquitín peor… los que todavía podemos empeorar. La lista es extensa, pero para qué abundar en desgracias que casi todos (ellos no, claro) padecemos.

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También insisten casi todos (nosotros no, claro) en los beneficios de la democracia, beneficios indudables cuando la palabra se ajusta a su etimología: gobierno del pueblo. Ahora bien, basta recordar la opinión de la inmensa mayoría sobre la exacción a los jubilados, o la reacción general ante el crecimiento exponencial de las tarifas. Si alguien fue consultado al respecto háganmelo saber.

Y ahora que ese dólar barato del que hablábamos hace quince días agoniza, nos llega la mayor atrocidad inconsulta de esta gestión: volvemos al arte de la genuflexión nada menos que con el Fondo Monetario Internacional, que se volvió bueno, como si alguien le hubiese puesto una cuota de moral al poder del dinero. Los dólares —es decir, la plata de verdad— que se obtengan servirán para pagar intereses y deudas ya contraídas durante lo que queda de esta gestión. Sigo preguntándome, desde hace décadas, cuando y en qué gasté todos esos millones de dólares que debo.

No hay trabajo, lo cual es una ventaja si consideramos cuánta gente matan o golpean para robarle cuando va a trabajar. Se importa cada vez más, se exporta cada vez menos, y de seguir por este camino el ingeniero —ay, cada vez que lo llamo así me acuerdo de Alsogaray— no será reelecto.

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Y si eso ocurre…

¡Democracia, democracia, vamos a cambiar las cosas con el poder del voto!

Dos reflexiones sobre esta loable e ingenua exclamación: primero, en nuestra experiencia, votar, en general, no cambia las cosas sino las caras, y no todas: el que fue presidente será senador, el que era intendente será quien gobierne; pero a 40.000.000 de argentinos nos perserguirá con mayor o menor tenacidad la misma suerte: Cuanto más rico más prosperarás, cuanto más pobre peor te irá. Segundo, si no siguen estos, ya sabemos, vuelven los otros. Con otro nombre pero con el mismo discurso sanatero de la soberanía política, la independencia económica y la justicia social.

Ooooooootra vez. Y unos años después (cuatro, u ocho si roban moderadamente en el primer gobierno) se irán, ricos si no lo eran y más aún si lo fuesen, y el que tenga mucho dinero tendrá más y el pobre será más pobre.

Pero el cambio de nombre ya no engaña a nadie. Cuando ponen la foto de los muertitos ilustres detrás, ya sabemos de qué va.

Y vean si no. El peronismo se está “normalizando”, llega un peronismo transparente, honesto, sensible y todo lo que dicen de cada partido sus dirigentes. Un nuevo peronismo. Y a la cabeza de esta nueva visión están Julio Bárbaro (76), Héctor Campolongo (71) y ¡Luis Barrionuevo (76)!. De qué manera un sindicalista septuagenario famoso por quemar urnas y por ser afecto al champán Pommery (entre 2 y 5 lucas una botella) con jugo de naranja (ojalá fuese ése su único pecado) va a contribuir con las nuevas ideas, la honestidad y la transparencia es un misterio elusivo.

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De todos modos no importa. Cuando Leibnitz inventó (dedujo, prefieren algunos) los números binarios escribió la historia política argentina más corta que se conoce: si no sirven los peronistas que vengan los liberales, y si no sirven los liberales… que vengan los peronistas. Somos como el niño estúpido que sólo conoce dos maneras de tratar sus juguetes: romperlos con un martillo o cortarlos con un serrucho.

Por añadidura, permitimos que la política funcione como una especie de escudo protector: ellos viven en su mundo, que se alimenta del tuyo. Mantenemos una gran cantidad de larvas, rosqueros, inoperantes, imputables en busca de cobijo, inútiles que no saben más que levantar la mano cuando se les indica. Les pagamos los asesores, los choferes, los asistentes, los pasajes. Eso por derecha. El resto podemos sospecharlo.

Hay algunos que parecen ser honestos. Hasta ahora. No los nombro porque el día de mañana se destapa una olla y resulta que uno es una basura porque apoyaba a un corrupto. Pero el 95 por ciento de los políticos que conozco son como los bebés: egoístas, caprichosos, y hay que esperar a que los cambien para ver de qué tamaño es la cagada que hicieron.

Tuqui

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