La gran mayoría de la atención mediática del pasado 23 de octubre de 2021 se la llevó Charly García, y el festejo de sus setenta años de edad. Pero ese mismo día, de haber estado vivo, Federico Moura también hubiese celebrado su cumpleaños y la misma edad. Y así como, años atrás, era impensado imaginar a García con siete décadas de vida, hoy también es inimaginable la figura del cantante de Virus entrado en años. ¿Cómo hubiera envejecido Federico? ¿Con el charme de Rufus Wainwright, con la prestancia y el talento de Pedro Almodóvar, con su caudal de voz intacto como Marc Almond? Imposible saberlo. Su figura aún es tan fuerte que es imposible imaginarlo en esta época, con tantos cambios de escenarios en la sociedad que, sin dudas, hubiera aprobado.
Por eso la lectura de Sin disfraz, el libro de Damián Carcacha que publicó la editorial Vademécum, tiene una actualidad que la hace obligatoria para cualquier amante de la cultura pop argentina. Porque por más que Federico haya fallecido en 1988, sus dichos tienen una actualidad pasmosa. Una vigencia que resignifica su discurso, ya que no hablamos de alguien que no fue “oído en tiempo”, sino de una persona con pensamientos de vanguardia y también contemporáneos a su época que murió en el apogeo de su popularidad. Un hombre que encarnó como nadie el deseo del protagonista de “Camarín” de Babasónicos: “Tan freak y tan popular, quiero ser…”.
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Sin disfraz está dividido en dos partes. En la primera, de manera coral, distintos personajes dan cuenta de la vida de Federico antes de ser el cantante de Virus, entre 1951 y 1981. Así desfila el Moura rugbier del La Plata Rugby Club, el bajista de Dulcemembriyo (grupo liderado por Luis María Canosa, protagonista de las canciones “Toxi Taxi” de Los Redonditos de Ricota y “Pabellón Séptimo” del Indio Solari), el dueño de los locales de ropa masculina Limbo y Mambo (ambos ubicados en la Galería Jardín), el platense radicado en pleno centro porteño, el turista que visitó Europa y Nueva York, el exiliado carioca, vecino del barrio de Leblón, entre otras encarnaciones.
La amistad de Carcacha con Velia Oliva de Moura, mamá de Federico y del resto de los hermanos y hermanas Moura, hizo que aparezcan testimonios fundamentales para la reconstrucción de esta parte de la historia, como todos los vinculados a la infancia de del cantante y a la escena pop de La Plata a comienzos de los años 70. Otros dichos, como los de Roberto Jacoby, Renata Schussheim, Ginette Reynal u Oscar López, son más conocidos, pero no por eso menos claves.
La segunda parte del libro es una antología de reportajes que Federico brindó entre 1981 y 1988, año en el que, el 21 de diciembre, murió. La curaduría de estas notas es impecable, ya que aparecen tanto entrevistas brindadas a medios masivos como el diario Clarín hasta una nota a la mítica Revista Banana, emprendimiento del gran Tom Lupo que, para darle la razón a Fabián Casas, sólo duró dos números. Esta colección amplía el retrato incompleto de Federico que ya habían intentado pintar Fernando Sánchez y Daniel Riera en su volumen Virus: una generación.
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Moura no duda en polemizar contra «Humor», que se había burlado de su homosexualidad y su música en una review firmada por Sibila Camps, en una charla con Gloria Guerrero que apareció en la propia revista. También da cuenta, entre muchísimas cuestiones, a lo largo de los diálogos, de sus gustos musicales clásicos (Billie Holiday, Alice Cooper, Dr. Feelgood) y modernos (B52’s, Devo, The Smiths, Talk Talk) y de la diferencia entre los discos Relax (“Un long play de recetas”) y Locura (“La locura es todo lo que pasó cuando el mecanismo ya se puso en movimiento”).
Pero, sin dudas, el reportaje conjunto que Marcelo Gasió le hace a Virus y Los Violadores en mayo de 1982 y que por primera vez se reproduce acá de manera completa (iba a ser publicado en el «Expreso Imaginario», pero no apareció ya que el periodista consideró que sus contenidos eran “poco interesantes”), justifica Sin disfraz. El contexto temporal de la charla era el de la Guerra de Malvinas, y ambos combos se habían negado a tocar en el Festival de la Solidaridad Latinoamericana, evento a beneficio que reunió a todos los popes del rock argentino en apoyo a los soldados que peleaban en el Atlántico Sur, pero también una forma de venia tácita al gobierno de facto encabezado por Leopoldo Galtieri.
Si bien en la charla no se habla del asunto, la conocida foto de ambos grupos burlándose de un afiche callejero que promocionaba el evento confirma el viejo dicho que “una imagen vale más que mil palabras”. Mucho más cuando, años después, se hizo público algo de lo que los hermanos Moura no hablaron en ese entonces: la desaparición de Jorge Moura por parte del aparato represivo del estado durante la dictadura militar. Y también sitúa a Virus y a Los Violadores en un lugar lateral dentro del mainstream: más cercanos a Riff que a Serú Girán y a Spinetta Jade.
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“Uno puede estar en contra de algunas músicas o te puede gustar una cosa u otra, pero Charly no es un policía. Para nada. Lo conozco bastante. Hay que darle la posibilidad que por desinformación o un montón de cosas haya quedado distante de nuevos movimientos, y ahora él reacciona. El músico más popular de Buenos Aires está hablando a favor de eso. Que además lo haga con un interés de por medio pensando que si se une a esto será más amplio su espectro, puede ser. Pero está haciendo una cosa buena, su música te puede gustar o no, pero no es un policía”. Treinta y nueve años después, esta definición de García por parte de Federico Moura todavía es casi insuperable. Recordando su expresión aún se extraña, y mucho, su mirada speed.