Nuestro intrépido columnista de actualidad con humor se buscó el curro perfecto: crear conspiranoias personalizada, un negocio que le gana al dólar.
Empecé el día como acostumbro, desayunando de acuerdo a mi situación económica: un licuado de salario y unas piedras hervidas. Acto seguido me asomé al monitor preguntándome si el dólar estaría a 15 pesos, con lo cual nos veríamos en gravísimos problemas, o a 78, con lo cual los problemas serían gravísimos.
Intenté representarme la situación. No pude. Apenas soy un empedernido lector de ciencia ficción y la realidad me supera. Recurrí a los medios y presencié durante un rato el desfile de economistas y politólogos que explicaban los porqué y los cómo, alternándose con otros que decían todo lo contrario.
Resumí lo siguiente: Hay que bajar el déficit bajando el gasto. Si se baja el gasto público, mucha gente dejará de comer. Si sube el dólar, hay inflación. Para que el dólar no suba, aumentan las tasas. Al aumentar las tasas, nadie invierte. Sin inversión no hay producción. Decrece la recaudación impositiva. Aumenta el déficit y vuelta a empezar. Recordé la metáfora de la frazada corta. Por más vueltas que le di, la única solución que encontré fue tejer otra frazada… o amputar las piernas.
El entorno se ha enrarecido. Nadie está seguro de ningún número, concepto o plan, porque cada uno defiende su librito o el librito que otro leyó por ellos y les explicó del modo conveniente.
Las actitudes de los que no hablan son interpretadas -hay que llenar de horas los noticieros- a través del filtro ideológico del que comunica. “Decidió hablar”, “le mandaron a decir” y “no tuvo más remedio que confesar” pueden referirse al mismo hecho, dependiendo del canal que te lo cuente.
Lo único a lo que podemos aferrarnos con certeza, en medio de esta incertidumbre, es a nuestra característica tantas veces mencionada: la culpa es de otro. Está bien, ya sabemos, pero… ¿de quién?
Sumarle incertidumbre a un país con los antecedentes del nuestro hace que las más alocadas fantasías se vuelvan verosímiles. Y como nadie sabe nada, empieza el jubileo de teorías.
Por ejemplo: hay quienes quieren generarle al Gobierno un desastre económico manipulando el dólar. ¿Y quién tiene guita para “mover” el dólar? Son los empresarios corruptos autoincriminados y los kirchneristas, que necesitan el cambio de bobierno para no ir en cana.
Otra, opuesta: El cambio que trajo este gobierno fue un reordenamiento del flujo de dinero de abajo hacia arriba, para que el choreo al laburante vuelva a ser suave, ordenado y tolerable como antes del apocalipsis K.
Pero, ¿por qué detenernos ahí? Lo conspirativo siempre atrae, y como esto es un quilombo cualquier teoría personal tendrá lugar.
Los errores de Bonadío son parte de un plan entre él y Cristina para declarar todo nulo un día antes de la sentencia. Luego harán pito catalán en un video clandestino para todos y todas, antes de irse a vivir al Caribe. Detrás de este plan está la CIA. ¿Improbable? Claro. ¿Alocado? Por supuesto. ¿Falso? Ningún conciudadano razonable se atrevería a afirmarlo.
¿Acompañará el peronismo no yihadista algún plan de gobierno que revierta esta terrible situación? No. Con la mayor sutileza posible los senadores encolumnados detrás de Pichetto pondrán todas las trabas posibles para que este gobierno fracase, porque Pichetto es un reptiliano (como Angelina Jolie, pero feo) y ya se sabe que vienen a tomar el poder. Los otros senadores no son reptilianos, pero son peronistas. Y la CIA organizó todo. Si se hace llegar una transcripción de esta teoría a 10 personas, en una semana habrá videos aportando más información al respecto en YouTube. Si no me creen, pregúntenle a la amiga banquera de D’Elía y Brancatelli.
Cristina no puede ser candidata, porque en realidad la verdadera Cristina está descansando en el sur y en la actividad pública la reemplaza un robot. Es por su limitada programación que reiteradamente presenta escritos en vez de declarar, repite que la persiguen y no sabe cuándo cruzó los Andes San Martín. La programación complementaria la retiene la CIA.
Como se ve, el nivel de delirio no tiene techo. Inventen su propia teoría, no importa cuan ridícula o absurda parezca (ayuda agregarle la CIA al final). Y difúndanla a ver cuán lejos llega. Como un juego, como la parte entretenida de este tsunami de incoherencias en que ya parecemos nadar cómodamente. Después de todo, cosas más extrañas se habrán visto y escuchado a diario. Éste es el país donde hace un tiempo cayó un perro de un balcón y como consecuencia murieron tres, cuatro si contamos al pichicho; donde las ratas se comen la marihuana, el intendente del pueblo más pobre del Universo tiene 30 autos, la función pública te regala cinco hoteles, los impuestos para salud, educación y seguridad no producen ninguna de las tres cosas, etc., y eso que la CIA no tuvo nada que ver.
Un país que perdió la confianza pero no el sentido del humor (gracias por los memes). Por suerte. Encontrar una sonrisa en la tragedia hace la vida más llevadera.
Pero ojo, que la corrección política acecha, ordena y hasta mata civilmente. Y ahora tampoco se pueden hacer chistes de flanes. Ni de helicópteros.
Tuqui