No, no se robó nada -de hecho tiene menos que nunca-. Es que nuestro intrépido columnista de humor se hartó de la grieta online y parece que se toma el palo. Somos muchos y parece que sobramos la mayoría. Otra mirada introspectiva y ácida sobre cómo vivimos los que vivimos.
Accediendo a este link puede chequearse en tiempo real la población mundial actual, que se acerca rápidamente a los 7.700 millones de personas. Ante este panorama, quejarse porque el transporte viene lleno parece casi una nimiedad. Y si a esa cifra le sumamos los miles y miles de millones de seres humanos que han muerto desde el principio de la civilización, es fácil comprender que la inmensa mayoría de nosotros solamente seremos para la Historia un número más o menos aproximado en una estadística que dejará de importar antes de pasado mañana. Dicho de otro modo, conocemos muchas cosas sobre el antiguo Egipto, pero nadie sabe hoy quién fue el amigo entrañable de cada faraón, quién era el mejor cocinero o el arquitecto más creativo -no, no fue Ella- o el cuñado más detestable. No hay lugar para tanta gente en los libros de historia.
Sin embargo, todos tenemos una frase, un párrafo o a veces un par de páginas en la historia de aquellos con quienes interactuamos. La suma de nuestras experiencias comunes es la que marca los bordes del camino que recorremos como individuos, pero más como sociedad presumiblemente organizada. Cuánto mejoraría el mundo si nos esforzáramos por evitar la confrontación improductiva y aportar a quienes nos rodean una o dos palabras de solidaridad o de cariño.
Y aquí es donde me sumo a la lista de arrepentidos que no robaron un peso: los libritos con la historia de mis contemporáneos, en muchos casos, no registran aportes constructivos o agradables de mi parte. Revisando mis redes sociales he descubierto una cantidad injustificable de insultos, chicanas y agresiones, de ida y de vuelta. Ésa es una de las razones por las que mi participación en el mundo virtual se ha reducido al máximo. Confieso que entré como un imbécil en el mismo juego que pensaba rechazar: cacheteando al vecino, y con ese simple y estúpido acto perdí la antigüedad en no arrepentirme de nada.
No abundan -ni en mis cuentas ni en otras relevadas- las interpelaciones o debates con los verdaderos responsables de la situación que atravesamos, una casta de ladrones, corruptos, inútiles y advenedizos encargados de organizar el flujo de riquezas a los lugares que convienen al poder económico, creando a la vez las condiciones para enfrentar a pobres contra pobres.
Quien piense que es casual la destrucción de la educación y el angustiante ninguneo de la población mientras las divisas entran por una puerta y salen por algún banco podría estar pecando de ingenuo: tal vez ésta, una de las zonas más ricas del planeta, podría haber sido detectada por los Dueños de Todo, que tal vez no puedan identificarse con nombres y apellidos porque están lejos, pero pueden percibirse formando un grupo obscenamente reducido al final del sendero de mano única por donde viaja el dinero del mundo.
Más o menos en 20 años la mitad de nuestros compatriotas estarán de más. La parte buena de esto es que la mitad de los burócratas sindicales (hay más de 3.000 gremios) dejarán de existir. No habrá trabajo para gente privada de preparación, como no lo hay hoy para quienes intenten manejar un carro de lechero.
No importa cuánto griten en sus discursos los plañideros hipócritas devoradores de eses finales pretendiendo defender a los trabajadores, el hecho es que el Club de los Millonarios no requiere un origen social determinado ni haber terminado la primaria.
¿Qué convendría más a la mafia dominante que lograr que los prescindibles se eliminen entre ellos?
Lo que empezó como una serie de chistes de mal gusto y faltas de respeto fue escalando hasta la pelea franca y directa, donde el argumento se desdibuja en favor de la subestimación. De la reflexión, ni noticias. Hace unos días, en un noticiero, la misma persona que clamaba “¡queremos justicia!”, exigía inmediatamente después, de viva voz, que echaran a todos los paraguayos. Nadie, ni en el móvil ni en el estudio, se preguntó ni le planteó al interpelado cuál sería la relación entre la administración de justicia y la expulsión de una comunidad. Porque estamos empoderados, así que no importa cuán brutos seamos o cuán equivocados estemos. Vale todo lo que se diga, y no se aceptan discusiones.
Estamos, en general, en carne viva. Nos irritan con los abusos tarifarios, con el plano inclinado del poder adquisitivo, con el hambreo de los jubilados, mientras las tasas y el dólar se disputan el futuro del país. Cualquier discusión de tránsito, toma de terrenos o corte de avenidas podría terminar en tragedia, si no tenemos en claro quiénes son los verdaderos enemigos.
Después de todo, no es tan difícil entender que no les importamos, que los enemigos no están fuera de los edificios oficiales ni de los cargos directivos.
Claro que podría ser tarde. Algunas de esas relaciones, quizás valiosas, son irrecuperables. Y la culpa es mía, por haber usado herramientas impropias para establecer una pretendida razón irrebatible.
Me identifico con algunas letras de tango, y esta vez la cita es especialmente adecuada: lo que más bronca me da es haber sido tan gil. Puedo asegurar que la vida se vuelve mucho menos áspera si dejás de pelear por todo y con todos. Especialmente con los que no tienen la culpa.
Tuqui