Luego del ataque terrorista en París, dicen los expertos, nada volverá a ser como fue y lo que más se teme (al margen de la obviedad de un nuevo atentado) es la pérdida de libertades individuales y el aumento salvaje del control de los estados sobre los ciudadanos. ¿Se viene el Gran Gran Hermano?
Por Quena Strauus
Lo evidente: el salvaje atentado en París que terminó con veinte muertos, una marcha multitudinaria y debates encendidos sobre la supuesta “islamización de Europa”. Lo nublado: ¿cómo fue que jihadistas fichados como tales e incluídos en la lista de No Fly (prohibición de volar a los Estados Unidos) tuvieron acceso a armas semiautomática y pudieron actuar con total libertad ?¿Cómo no había más custodia en una redacción con varias amenazas de muerte en su haber? Y, tal vez lo más inquietante de todo: ¿cuáles van a ser las consecuencias de todos estos acontecimientos en la vida de los ciudadanos, ya no sólo europeos?
Después del atentado en la redacción de la revista Charlie Hebdo, el historiador y reconocido periodista británico Max Hastings acusó, desde el periódico Daily Mail, tanto a Julian Assange como a Edward Snowden (los dos adalides de las “filtraciones” que dejaron en evidencia las actividades de espionaje y control que desarrollan los estados sobre la sociedad entera) de tener gran parte de la culpa en todo esto. Pero además de a ellos, responsabilizó a los “liberals” (esto es, a los progres o simpatizantes de izquierda) por las matanzas parisinas. Según Hastings, la revelación de los mecanismos de control estatales junto a un mal entendido sentido del respeto por la multiculturalidad habría permitido que esto pasara.
En su nota, Hastings insta tanto al Sr. Wikileaks (Assange) como a su par Edward Snowden a mirar la foto de los dos encapuchados abriendo fuego frente al edificio de Charli Hedbo y a “reconocer: Fuimos unos completos estúpidos”. Es que para Hastings, haber expuesto al mundo el universo de la inteligencia secreta “ha dañado la seguridad de todos y cada uno de nosotros, al poner en alerta a los jihadistas y a Al Qaeda”, anotó en un artículo verdaderamente perturbador en sus implicaciones porque plantea tácitamente un debate sobre la libertad y el derecho a la información.
La reacción de Assange, desde luego, no se hizo esperar y devolvió fuego con fuego. O, mejor dicho, frente las críticas de Hastings (que los había acusado tanto a él como a Snowden de “traidores”) planteó preguntas tan incómodas que por algo no aparecieron en los medios de comunicación por estos días. Por caso, cómo es que los servicios de inteligencia franceses no “marcaban” más de cerca a islámicos integristas y con probados lazos con células terroristas francesas (como los hermanos Kouachi, los atacantes de la redacción de Charlie Hebdo, o sobre Hamed Coulybaly, quien acababa de salir de prisión luego de cumplir una condena por haber tratado de ayuda a escapar de prisión a otro terrorista confeso.
“Que un vampiro de la seguridad del Estado como Hastings, se haya abalanzado sobre los cadáveres aún calientes esparcidos sobre Paris, es tan grotesco como predecible”, argumentó Assange. Pero además no dejó pasar la oportunidad de pasarle a sus viejos “amigos” del mundo de la inteligencia unas cuantas facturas. Así, por caso, apuntó al dineral que se invierte en controlarlo todo sin poder por eso impedir los ataques. Y hasta se dio el lujo de darles un consejo: “Lo que hace falta es vigilancia específica competente, no vigilancia masiva”.
Según Assange, “el secretismo alimenta la corrupción pero también la incompetencia, y los servicios secretos franceses no son la excepción a la regla. En este momento, la seguridad francesa trata de presentar a los atacantes como “super villanos” sólo para ocultar su propia incompetencia. La realidad es que los asesinos de Charlie Hebdo eran terroristas de cuarta, desesperanzados que estrellaron su auto, dejaron sus documentos adentro, coordinaron las acciones por teléfono y murieron. Haber perdido casi doce personas por ellos resulta imperdonable”, respondió.
Y fue por más: “Que hayan matado a casi veinte personas no es marca de sus super poderes. Si hasta un idiota puede hacerlo. En la masacre de Port Arthur, en Australia, un hombre con un coeficiente intelectual de 65 (literalmente, un idiota) disparó contra 58 personas a lo largo de varias horas. Porque él estaba armado con una AR-10 semiautomática. Y sus víctimas, no”
¿A dónde busca llegar Assange con todo esto? A la sospecha, cada vez más repetida, de que tanto los Kouachi como Coulybaly eran “conocidos” del gobierno, que los utilizaba para (por caso) intervenir en conflictos por fuera de las fronteras de Francia. Hasta que un día, el pacto se vino abajo. Y estas son las consecuencias.
Por estas horas, tanto en Francia como en Inglaterra (señalada sotto voce por los expertos como el probable escenario de un futuro atentado) se habla de la necesidad de “nuevas leyes para enfrentar a estos nuevos problemas” y tanto Hollande como David Cameron comienzan a poner su mirada sobre las redes sociales.
La razón: sistemas de mensajería instantánea permiten enviar mensajes encriptados que permiten, por caso, que los terroristas hablen entre sí sin ser detectados ni molestados. Por eso Cameron analiza la posibilidad de prohibir Whatsapp, Snapchat e IMessage en el Reino Unido. Y esto, dicen, es apenas el comienzo de un tiempo oscuro. Más temible y más vigilado, en donde la privacidad tal vez se convierta en una quimera.