En Turkmenistán, un país conocido por su férreo control político y su aislamiento internacional, es casi imposible no notar una curiosidad que destaca en sus calles: la abrumadora mayoría de los autos son blancos. Este fenómeno no es fruto del azar, sino que tiene una mezcla de razones culturales, políticas y supersticiosas.
El origen de esta tendencia se remonta a una decisión del expresidente Gurbanguly Berdimuhamedow, quien lideró el país entre 2007 y 2022. Durante su mandato, fue conocido por sus excéntricas políticas, y una de ellas fue su preferencia por los autos blancos. Según se dice, el exmandatario consideraba el color blanco como símbolo de pureza, bienestar y buena fortuna, un conjunto de creencias profundamente enraizadas en la cultura local. Con el tiempo, esta preferencia se transformó en una imposición no oficial que afectó al parque automotor del país.
En 2018, la situación se volvió más estricta cuando las autoridades locales comenzaron a confiscar vehículos de colores oscuros, especialmente negros, obligando a los propietarios a repintarlos de blanco o tonos claros si querían recuperarlos. Aunque no hubo un decreto oficial que prohibiera explícitamente los autos de otros colores, el mensaje fue claro: el blanco debía predominar. Desde entonces, los concesionarios de automóviles solo ofrecen vehículos en blanco y las opciones de personalización son muy limitadas.
Este control sobre los colores de los autos refleja un estilo de gobierno autoritario, donde incluso los aspectos más triviales de la vida cotidiana están sujetos a las preferencias del poder. Tras la sucesión presidencial en 2022, con la llegada de Serdar Berdimuhamedow, hijo del expresidente, muchas de estas peculiaridades aún persisten, reflejando la continuidad de un régimen hermético y sumamente controlado.