La huelga de transportistas, la crisis de representación política y la devaluación del real afectarán las exportaciones argentinas. El mundo que buscaba Macri como solución se vuelve menos agradable.
A comienzos de este año, una de las principales esperanzas de la economía argentina era una recuperación de la actividad económica de Brasil, su principal socio comercial. Hoy, en medio de tensiones políticas y sociales, ese escenario parece desvanecerse.
Tras dos años de recesión, la economía brasileña comenzó a recuperarse a mediados del año 2017. Superadas las inestabilidades políticas asociadas al impeachment y destitución de Dilma Rousseff, el recetario ortodoxo del presidente Temer mostraba -aunque modestos- signos de recuperación, cerrando el año con un crecimiento del producto cercano al 1%.
Una vez que el gobierno vecino consiguió aprobar la reforma laboral que prometía aligerar al sector privado, las previsiones para 2018 eran mucho más optimistas: la mayoría de los analistas apostaban a un crecimiento bien por encima del 2% que terminara de aplacar los fantasmas de la recesión.
¿Qué ocurrió para que este escenario cambie? En primer lugar, desde hace unas semanas el viento se ha puesto de frente para la mayoría de las economías emergentes. Desde Turquía a Rusia, pasando por Argentina y Brasil, la aversión al riesgo y la retracción de los flujos de capital se ha intensificado.
Para el caso de Brasil, este viento de frente se ha visto intensificado por tensiones internas. Desde hace diez días que el país asiste a una aguda crisis en el sector del transporte, que ha llevado a incidentes severos de desabastecimiento de insumos y productos.
Los transportistas reclaman por un incremento del 50% interanual en los precios del combustible, factor que afirman impacta directamente sobre sus márgenes de rentabilidad. Al reclamo, se han sumado los últimos días los trabajadores de la empresa estatal de petróleo, Petrobras, quienes hicieron pública su decisión de iniciar un paro de actividades a partir de este miércoles 30, en solidaridad con los primeros.
Entre los ribetes económicos de la situación, es imposible soslayar que la misma se da en plena carrera hacia las elecciones, con una imagen presidencial ampliamente deteriorada y con el más apoyado candidato de la oposición, Lula, preso. Todo hace presumir que la inestabilidad y la crisis de representación que experimenta la sociedad brasileña no serán fáciles de encauzar.
De este lado de la frontera, las desavenencias del país verde amarelo suman un nuevo dolor de cabeza. A la sequía, la corrida cambiaria, las tasas del 40%, el seguro veto a la ley antitarifazo y el acuerdo apresurado con el FMI se agrega un panorama desalentador de nuestro principal socio.
Para poner en contexto, durante el 2017, las exportaciones a Brasil totalizaron 9.300 millones de dólares, representando un 16% del total exportado. En momentos donde el rojo comercial argentino es crítico, la recuperación económica de Brasil se transforma en un insumo fundamental para nuestras exportaciones traccionen.
En algunos sectores como el automotriz, la dependencia es sensible: el año pasado, de los casi 210.00 vehículos exportados por la Argentina, el 64.8% tuvo como destino a Brasil.
La situación se agrava además por el lado financiero, el humor no es el mejor y los mercados han comenzado a impacientarse, forzando la devaluación acelerada del real desde comienzos de abril, que acumula una caída del 13% en casi dos meses y un incremento del riesgo país que ha avanzado hasta los 271 puntos.
Con este panorama cuesta esbozar cuál será el motor que empuje a la economía argentina en este 2018, más allá del “arrastre” del año pasado: el consumo se verá resentido ante la pérdida de poder adquisitivo (por el avance de la inflación) y el aporte de la obra pública se restringirá en miras de achicar el déficit fiscal.
Sin duda, los problemas de la economía argentina son preponderantemente domésticos y de larga data, pero aquella apuesta inicial que propiciaba abrirnos al mundo para aprovechar sus ventajas se evapora cuando ese mismo mundo empieza a tornarse un lugar mucho menos amigable.