El movimiento sindical ha sido siempre un aliado tan difícil como necesario para el poder de turno. La sucesión de paros y la híper del ’89 hicieron añicos el gobierno de Raúl Alfonsín, por caso. Néstor Kirchner y Hugo Moyano fueron buenos aliados durante los primeros años del kirchnerismo (cuando Néstor llegaba al Gobieno con apenas el 22 por ciento de los votos) y el camionero fue también cercano a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner hasta la ruptura definitiva en diciembre de 2011. Gobernar un país en contra del movimiento obrero organizado es poco menos que una quimera. Lo sabía muy bien Perón, que atravesó por mil y un tormentas pero siempre trató de mantener cerca a sus amigos y aún más cerca a sus enemigos.
Cuando Moyano rompió la CGT en dos, y dejó a los oficialistas en un papel poco menos que decorativo, CFK atravesó el primer cimbronazo serio en su plan para mantener al kirchnerismo en el poder. Recordemos que la Presidenta venía de obtener la reelección hacía apenas dos meses con un aplastante 54%. Un partido como el PJ, que se ufana de bregar por el bien de los trabajadores, no puede gobernar con los principales gremios en la vereda de enfrente, ni siquiera con ese caudal de votos.
Antonio Caló juega un papel más que incómodo desde su cercanía a Carlos Tomada y Cristina, en tanto el Gobierno paga el altísimo costo de haber terciado en favor de Moyano cuando la CTA pugnaba por ser reconocida oficialmente. Por allí figuran otros pesos medianos, como Víctor Santa María, líder de los porteros y jugador fuerte para la política porteña. Su vínculo con el Gobierno estuvo siempre ligado a la estrategia de su multimedios y ya se muestra en fotos junta a Scioli, con quien siempre tuvo buen diálogo. O el taxista Omar Viviani, hasta ahora aliado del kircherismo, que ya dejó sentada su (genuflexa) posición: «Acompañaremos a quienes ganen en 2015», dijo hace algunos meses.
Alea jacta est (la suerte está echada), y la reconciliación con Moyano es casi imposible. Entre él y el gastonómico Luis Barrionuevo -el mismo que hace 20 años afirmaba que en la Argentina había que «parar de robar por dos años»-, saben que son uno de los núcleos de poder con los que sí o sí debe pactar cualquier aspirante a la Rosada. Ni Sergio Massa ni Daniel Scioli dijeron presente el lunes a la noche en lo que fue anunciada como «la cumbre» sindical opositora y terminó siendo apenas una «cumbrecita». Pero esa ausencia es pasajera y obedece al muy cierto mote de «piantavotos» que tiene Hugito y a la pésima imagen pública de Barrionuevo. Detrás de las cámaras las negociaciones son muy reales.
Si como dice Artemio López, estos dirigentes políticos -más que sindicales- atraviesan un momento de «soledad y orfandad», de lo que no quedan dudas es que esa falta de alianzas está a punto de terminar.
Barrionuevo ya había juntado a Massa y Scioli en su flamante casino del Hotel Sasso de Mar del Plata el viernes, y aunque no los veamos reunidos en público nuevamente, el diálogo es permanente. Ese mismo diálogo que perdió el Gobierno nacional, y que difícilmente vuelva a recuperar. Ese diálogo imprescindible para mantenerse en el poder y sin el cual los Gobiernos terminan desgastados antes de tiempo.