Por qué jugar así la carta del FMI es como decir “bomba” en un aeropuerto

Por: Santiago Cámpora @santiagocampora

¿Estábamos peor de lo que nos contaban o el Gobierno sobrerreaccionó? Medidas contradictorias que no se dejaron madurar y conferencias de prensa sin datos. Imposible generar tranquilidad actuando como desesperados.

 

Cuando pasado el mediodía del lunes Nicolás Dujovne culminó su conferencia de prensa la sensación que quedó flotando en el aire es que algo se había roto. No es sencillo precisar de qué forma esta crisis escaló tan rápido. Como en el final de una relación apasionada, la luna de miel del Gobierno con los mercados internacionales de crédito tuvo un final abrupto.

¿Estábamos peor de lo que nos contaban o el Gobierno sobrerreaccionó? Los números fríos marcan que Argentina cerró el 2017 con un déficit en cuenta corriente del 4,8% de su PBI y un déficit fiscal del 6.1%, guarismos preocupantes para cualquier economía. Haciendo honor al mantra de “no dar malas noticias” es probable que nadie nos haya advertido con sinceridad que el sendero por el que navegaba el país era frágil.

Tal vez, el hecho que, durante los últimos dos años, los mercados internacionales nos otorgaran todo el financiamiento que nuestro país solicitó (incluyendo excentricidades financieras como un bono a 100 años), nos generó una falsa ilusión de riqueza. Lo cierto es, que la Argentina llevó el ratio de deuda sobre PBI del 46% al 56%.

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Este abundante crédito fue utilizado para financiar el famoso gradualismo, en la búsqueda de una convergencia suave hacia un sendero donde Argentina pasara a equiparar sus gastos con lo que efectivamente genera. El problema de este enfoque es que nos llevó a una situación de creciente vulnerabilidad.

La conferencia del 28 de diciembre de 2017 fue el comienzo de las desavenencias para la gestión económica. Aquel día, el ala política del Gobierno decidió sacrificar en conferencia de prensa la credibilidad que le quedaba al BCRA.

El riesgo país comenzó a subir, lento pero seguro. Las dudas tomaron el control, la victoria de octubre quedó lejos y el mercado se empachó de la Argentina. Las dificultades en el control de la inflación sembraron el terreno y el cambio de las condiciones internacionales (suba de la tasa de referencia de EE.UU. mediante) dispararon el sell off argentino.

A partir de marzo, se evaporaron 6.800 millones de dólares mientras la cúpula económica se debatía entre defender el tipo de cambio o dejarlo flotar y contener la hemorragia de reservas. Como cuando uno cruza la calle, lo peor es la duda.

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A mitad de camino de sus decisiones, primero defendió llegando a vender furiosamente 1.500 millones de dólares a los grandes fondos extranjeros que desarmaban Lebac. Luego, sorprendentemente, dejó flotar, llegando a devaluar un 8% en un día hasta los 23 pesos.

A la inconsistencia, le siguió el pánico. El precio de las empresas argentinas se derretía en Wall Street y el dólar cotizaba con presión al alza. El Gobierno debía poner paños fríos, de modo que la conferencia del jueves pasado tuvo por objeto llevar tranquilidad mostrando una respuesta coordinada entre el BCRA y el Ministerio de Hacienda a la crisis de confianza: tasas del 40% y moderación fiscal debían bastar para calmar las aguas.

Dujovne improvisando en conferencia de prensa. Díficil método para generar confianza.
Dujovne, nervioso e improvisando en conferencia de prensa.

Pero esa calma duró dos días. ¿No funcionó la respuesta o no la dejaron madurar? Tal vez nunca lo sepamos. Lo cierto es que el ministro Dujovne ensayó otra conferencia, aún más apresurada, donde no pudo dar mayores precisiones sino un mensaje general en el cual comunicó el regreso de la argentina a las líneas de asistencia del FMI. Imposible generar tranquilidad actuando como desesperados. Tantas medidas, algunas tan contradictorias entre sí, que derivaron en la decisión de jugar una carta con altísimos costos políticos.

Como quien dice “bomba” en un aeropuerto, la opinión pública se sensibilizó ante una noticia que nos proyecta a otros tiempos. Dicen que el FMI de ahora no es el de entonces, pero el argentino de a pie tiene razones fundadas para estar preocupado.

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Y que su nombre resurja entre corridas y gestos de desconfianza, no suena para nada a remedio. ¿Había margen para entablar negociaciones antes de anunciarlas? Probablemente no. El riesgo de que trascendiera un contacto subrepticio hubiese sido peor que confirmar cualquier fantasma que ya se venía blandiendo. Macri decidió blanquear sus costos. Hay que ver cuáles son los nuestros.

La historia nos señala que desde su ingreso al FMI en 1956 hasta el año 2006, la Argentina pasó 38 años bajo algún tipo de acuerdo con condicionalidad. El resultado económico de estas “tutelas” ha sido de regular a malo, incluyendo el fatídico desenlace del año 2001.

Por eso, cuando se realizó el anuncio a más de uno se les erizó la piel. Porque no sólo es la confirmación de que la situación económica desde hace algún tiempo se tornó compleja, sino que también abre una gran incertidumbre sobre el desenlace de esta historia. Esperemos, como tantas veces, que no sean los sectores más vulnerables los que paguen los platos rotos.

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