Mientras nos comíamos las uñas mirando Brasil contra Croacia y poco antes de infartarnos sufriendo frente a Bosnia, en otro lugar del planeta tenía lugar otro “mundial”: la Cumbre Global para Terminar con la Violencia Sexual en Conflictos. Tres días de actividades y la más importante reunión realizada hasta el momento para que la violación deje de ser una de las más poderosas (y destructivas) armas de guerra.
Por Fernanda Sández
Mientras que este domingo, en Brasil y con el Maracaná explotando de argentinos Bosnia se convertía en el país “a odiar” por los noventa minutos que duraría el partido debut de la selección nacional, apenas tres días antes Bosnia había mostrado su faceta menos luminosa: haber sido uno de los tantos escenarios en los que la violación había sido convertida en un arma de guerra.
Todo esto en el marco de otro mundial, sólo que bastante menos publicitado que el de la FIFA: la Cumbre Global contra la Violencia Sexual en Conflictos, que tuvo lugar del 10 al 12 de junio, en Londres. Participaron de ella 140 países, más de un centenar de organizaciones de la sociedad civil y activistas por los derechos humanos conscientes de que aunque este crimen es demasiado frecuente y pese a ser considerado “de lesa humanidad”, rara vez sus perpetradores son perseguidos y castigados por sus acciones. Las víctimas, por el contrario, son quienes reciben el desprecio de sus comunidades luego de los ataques sexuales y cuando de esos ataques resulta un embarazo, a menudo el rechazo alcanza al recién nacido y ambos (madre e hijo) son marginados. Pasó en Bosnia, pasó en Ruanda, pasó en Uganda. Y sigue pasando hoy.
Se trata pues de un crimen atroz, y silenciado. Muchas de las víctimas son persuadidas de que lo mejor es “olvidar y seguir adelante”, cuando está más que claro que eso garantiza la impunidad a los violadores y deja a las agredidas (en su gran mayoría, mujeres y niñas de bajos recursos) libradas a su propia suerte.
Es por eso que -a fin de poner fin al silencio pesado que crecer alrededor de los crímenes sexuales de guerra- se decidió impulsar una acción como ésta. Como figuras centrales en la apertura del evento estuvieron William Hague, secretario del Foreing Office, y la actriz Angelina Jolie, enviada del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados.
“Es un mito que la violación sea una parte inevitable de un conflicto”, dijo Jolie durante la inauguración. “No hay nada inevitable en eso. Es un arma de guerra dirigida hacia los civiles. No tiene nada que ver con el sexo y mucho que ver con el poder. Es realizada para torturar y para humillar a gente inocente, y a menudo, a niños muy pequeños. Yo conocí a sobrevivientes en Afganistan y en Somalia, y ellos son gente como nosotros, con una sola y crucial diferencia: nosotros vivimos en países seguros, con instituciones que nos protegen, mientras ellos viven en campos de refugiados y sin esperanzas de obtener justicia. Y todos nosotros, como comunidad internacional, somos responsables de eso”.
¿Cuál era la intención central del evento? Visibilizar a las víctimas, recordar que (dentro y fuera de la guerra) la violación es un delito grave y comprometer a las naciones participantes de la cumbre a tomar acciones reales y concretas al respecto. La primera de ellas: alcanzar un protocolo (algo así como el manual de procedimientos a seguir en esta clase de situaciones) y registrar y documentar lo que dicen las víctimas, para que pueda ser luego usado como prueba en los posibles juicios.
Sin embargo, al menos hasta ahora se ha instalado y extendido la idea de que “la violación es parte de la guerra”. Esa creencia está comenzando a cambiar, pero para que pueda traducirse en acciones concretar se necesita antes dar a conocer la brutalidad, el alcance y lo que tienen de sistemático esas acciones. De hecho, de la Cumbre participaron varias sobrevivientes a los ataques y varias coincidieron en señalar que (como había ocurrido ya en la Guerra de los Balcanes), la violación y el consecuente embarazo estaba pensando para generar una suerte de “limpieza étnica”, usando a las mujeres como verdaderas incubadoras humanas de la “nueva generación”.
Bosnia, Congo, Ruanda, Libia, Siria, Nueva Guinea, Kenia y muchos otros países (tal el caso de Nigeria, en el que 200 estudiantes permanecen secuestradas desde hace casi dos meses) son algunos de los lugares en los que el cuerpo de las mujeres y las niñas se vuelve campo de batalla. Y lo peor de todo es que rara vez las víctimas son vistas como tales, por lo que luego de las primeras agresiones sigue una serie de violencias no menos brutales y no menos destructivas.
Así de hecho lo narran también las periodistas Miriam Lewin y Olga Wornat en su último libro (Putas y guerrilleras, de Editorial Planeta), referido a los crímenes sexuales cometidos en la última dictadura. Según ellas, este tema no fue abordado por la justicia en un primer momento porque el deseo fue condenar “lo más grave”(los asesinatos, los secuestros de bebés, etc) lo que de algún modo silenció los otros crímenes. Las violaciones a las detenidas, por caso.
“Además, en los fundamento de varios de estos juicios se dice que se cometieron delitos sexuales pero que están subsumidos en el delito de tortura”, explica Lewin.“Entonces, si alguien durante una tortura dice: ´Hija de puta, te voy a matar`, el delito de amenaza esta subsumido en el de tormento porque el de tormento es más grave.
Ahora, entre tormento y violación, ¿qué es lo más grave, si incluso en aquella época el delito de violación tenía una pena mayor?¿ Nosotros podemos decir, acaso, que violar es menos grave que torturar?, se pregunta.
“Por algo, el Juicio a las Juntas ese asunto casi ni se tocó y-cuando se tocó- los jueces cambiaban de tema”, agrega Wornat. “Y a eso sumale el contexto de una sociedad que- si era en una provincia- son provincias muy conservadoras en donde te señalaban por guerrillera, por haber sido violada o porque “se dice que” andaba con uno de ellos. Las víctimas fueron incluso señaladas por sus mismos compañeros de militancia”.
A miles de kilómetros de aquella historia, a decenas de años de lo sucedido en Argentina en los años de plomo, las víctimas de violencia sexual en conflictos armados entienden a la perfección cómo se siente eso de ser, al mismo tiempo, víctima y “sospechosa”. Y así fue como lo contó en la cumbre de Londres Angela Lakor Atim, secuestrada a los 14 años por una milicia extremista cristiana en Ruanda.
Angela fue sacada a golpes del colegio al que iba y secuestrada junto a un grupo de compañeras. Las “casaron” con los líderes de la milicia y desde entonces sus vidas se volvieron un infierno de golpes y violaciones a repetición. ¿La idea? Que las chicas quedaran embarazadas y parieran a los “futuros salvadores de la nación”.
Sin embargo la Naturaleza –que es mujer, y siempre sabia – impidió que Angela fuera madre, posiblemente por un mecanismo que también se dio en los centros de detención clandestinos de argentina: la denominada “amenorrea de guerra” o suspensión del ciclo menstrual a raíz del estrés vivido. Lewin comenta al respecto que “en el caso nuestro, en general no hubo embarazos y eso es algo que la marca muy bien Silvia Ontivero, otra sobreviviente: “Fijante qué maravilla, qué sabia es la Naturaleza que nosotros no les damos nuestros óvulos a los represores”.
En el caso de Angela, miembros del llamado Ejército de Resistencia del Señor la llevaron hasta Sudán, junto a casi cien chicas más. Vivió escondida en una suerte de bosque durante casi ocho años, hasta que finalmente logró escapar. Su objetivo hoy es animar a otras víctimas como ella a denunciar el abuso y a los abusadores, y a perseguir justicia y reparación por todos los medios posibles. Simplemente, porque estos crímenes también son “mundiales”; alcanzan a millones de víctimas silenciadas, y que ni siquiera esperan justicia. La cumbre de la semana pasada en Londres busca comenzar a cambiar las cosas. Dal algo así como el “punta pié inicial” de un mundial muchísimo más difícil.
Para saber más:
* https://www.youtube.com/watch?v=aNmNp0Xm-h4
* https://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=1QFUD2Q6D8k