Hernán Díaz: el Pulitzer, en buenas manos

Una reseña de Fortuna, la novela del escritor argentino radicado en los Estados Unidos, que ganó el prestigioso premio literario.
Hernán Díaz
Créditos: Hernán Díaz
Por: Pablo Strozza

 

No cabe ninguna duda, y los testimonios de época dan cuenta de eso: la novela más leída del año 1937 en la ciudad de Nueva York fue Obligaciones de Harold Vanner. Un libro que cuenta el derrotero de la vida del magnate Benjamin Rask y su esposa Helen: él desde jugadas bursátiles memorables que lo hicieron ganar sumas multimillonarias inclusive en el famoso crack financiero de 1929; ella con sus patrocinios filantrópicos a figuras de la música clásica de vanguardia, y no tanto, de ese momento. Pero a medida que la lectura avanza las cosas se empiezan a oscurecer, y no son como parecen, de ninguno de los lados.

La salida y el éxito editorial de Obligaciones hizo que Andrew Bevel reaccione. Así como, posteriormente, se sabría que el personaje de Charles Foster Kane del film Citizen Kane de Orson Welles estuvo basado en la figura del magnate de los medios William Randolph Hearst, Benjamin Rask estaba más que inspirado en su persona. Entonces decide contratar a una persona para que oficie de ghost writer y, de esa forma, contar su verdad, su versión oficial de los hechos.

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Y hasta acá llegamos, ya que si seguimos la maldición del spoiler se puede venir hacia nosotros, y eso es algo que no merecemos. Fortuna, segunda novela de Hernán Díaz, es el libro que cuenta todo lo narrado anteriormente, y mucho más aún. Favorito de celebridades como Barack Obama, entre otros, el libro fue premiado con el Premio Pulitzer como Mejor Novela de Ficción. Un galardón similar al que recibieron clásicos como El viejo y el mar de Ernest Hemingway, Una fábula y La escapada de William Faulkner, Matar a un ruiseñor de Harper Lee, El legado de Humboldt de Saul Bellow, Atando cabos de Annie Proulx o Pastoral americana de Philip Roth, entre otros, en un listado caprichoso e incompleto.

Analizar Fortuna como un rompecabezas de resolución ambigua, o criticar el libro por sus posiciones femeninas es la postura más fácil y menos interesante. Quizás lo más conveniente sea una visión del relato como una vuelta de tuerca desde el lugar del género. Si en A lo lejos (2017) lo que el autor busca es una versión literaria del género más estadounidense de todos como es el western, en Fortuna esa misma visión aplica a algo muy difícil de describir como es el capital financiero. Ahí está uno de los aciertos estilísticos: el poder narrar, para gente que no entiende (o que, peor aún, detesta) cualquier explicación económica, cuestiones que exceden esa capacidad de comprensión con un modo didáctico apto para todo público. La aptitud literaria hacia los lectores, muchas veces, se ve en esta clase de gestos, que pueden pasar inadvertidos, pero de los que hay que dar cuenta.

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Al inicio de Fortuna hay un guiño borgeano genial. En un momento una de las mujeres del relato se queja de dos hombres que están reunidos hablan pavadas y se ríen a carcajadas, y a cualquiera que haya leído no sólo el Borges de Bioy Casares sino cualquier descripción de reuniones de ellos dos más Silvina Ocampo no le es difícil recordar las quejas de la esposa de Bioy sobre esos amigos al escribir a dúo y al disfrutar de hacerlo. Díaz ha hablado de la influencia de Piglia, y de sus lecturas de Aira al momento de sentarse y escribir. Sin embargo, ese gesto descripto lo coloca en un sitio hermoso, en el que no le debe rendir nada a nadie, y en el que está más que bien que así sea. Ya lo dijo el número uno: “Nuestro patrimonio es el universo, ensayar todos los temas, y no podemos concretarnos a lo argentino para ser argentinos, porque o ser argentino es una fatalidad y en ese caso lo seremos de cualquier modo, o ser argentino es una mera afectación, una máscara”.

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