Alberto presidente: cómo resolverá el dilema de la deuda externa?

La Argentina deberá enfrentar una situación de endeudamiento crítica en los próximos meses. Los posibles cursos de acción van desde un acuerdo amigable con el mercado a una solución más drástica. Por qué esta última alternativa tendría más sentido dadas las condiciones imperantes.
Por: Santiago Cámpora @santiagocampora

Cuando Alberto Fernández se siente el 11 de Diciembre en el sillón de Rivadavia deberá lidiar con las consecuencias de una gestión que en el balance económico deja más problemas que soluciones.

Uno de los puntos salientes de esta agenda económica son el elevado nivel de endeudamiento (283.567 millones de dólares a junio de 2019), su composición (tan solo 8% en pesos) y lo concentrados que se encuentran los vencimientos para los próximos tres o cuatro años.

Frente a este escenario de stress, ya desde hace un tiempo se da por descontada una renegociación de la deuda pública por parte de la nueva administración. El dilema es que carácter tomará un eventual acuerdo, que no es sólo es con los acreedores privados sino también con el Fondo Monetario Internacional, que durante los últimos dos años realizó cuantiosos desembolsos por un asistencia pactada de $57.000 millones de dólares.

Entre los más optimistas o “marketfriendly” la Argentina debería llevar adelante una negociación “a la uruguaya”, es decir, sin quita de capital e interés y simplemente aplicando una extensión de los plazos de vencimiento por los títulos de deuda pública que hoy se encuentran en circulación. La ventaja de este tipo de acuerdo, aseguran, sería una drástica reducción del riesgo país y una rápida reinserción al mercado internacional de deuda.

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Del otro lado del espectro están quienes sostienen que la renegociación con los acreedores privados –e incluso con el propio FMI- debe ser sin concesiones. Implicando para los tenedores de bonos una quita agresiva de capital e intereses con una eventual extensión de los plazos de repago de las obligaciones que otorguen “espacio fiscal” para poner en marcha la economía.

Naturalmente, en el medio de estas dos posiciones existe un abanico posible de casos intermedios. La cuestión es que, como reza la frase, “para el tango se necesitan dos”. Existe un elemento ineludible para avizorar cual puede ser el desenlace de este dilema y es como ha quedado la relación del mercado con la Argentina.

Hábil endeudador

Para entender esto debemos retrotraernos a los tiempos en que Luis Caputo era secretario (luego ministro) de Finanzas y recorría las grandes plazas bursátiles como Nueva York y Londres “vendiendo” la nueva Argentina.

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Eran tiempos de gran euforia y quien visitaba las oficinas de los grandes bancos privados y fondos de pensión no era alguien ajeno, sino un ex Deutsche Bank, alguien “del palo”. Hábil, Caputo se las ingenió para convencer a sus interlocutores de que apostar por la Argentina sería un gran negocio.

La gran demanda por activos argentinos se dio entonces un poco por interés pero también por el miedo a “quedar afuera” de una apuesta que prometía jugosos rendimientos. Se sabe que en el mundo de las finanzas los administradores de carteras compiten con los mercados pero más con sus pares.

La realidad muestra que ante la debacle económica que terminó siendo este experimento de sobre endeudamiento, los precios de los activos argentinos están por el piso y aquellos gerentes a los que Caputo convenció, en su casa.

Pretender que una negociación amigable dejará a la Argentina nuevamente dentro del mercado internacional de deuda es un acto de voluntarismo o ingenuidad, ya que es muy probable que deba pasar un tiempo para que estas heridas cicatricen.

El sendero posible

Así las cosas, el único sendero viable desde lo económico, pero fundamentalmente desde lo político es una renegociación dura que sincere la gravedad de la situación. Una morigeración sensible de la carga de capital e intereses que debe afrontar nuestro país en los próximos años es además pre requisito para generar grados de libertad en la atención de una delicada situación social.

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La negociación con el FMI es un capítulo aparte y por su carácter de acreedor privilegiado es imposible que se le puedan aplicar las mismas condiciones que al resto de los acreedores. Pero esto no implica que un nuevo acuerdo tenga una carga de condicionalidades mucho más baja y extienda en el tiempo  los compromisos. Después de todo esto sería una decisión política que no afectaría los intereses económicos de las naciones miembro representadas en su Directorio.

De esta manera la Argentina se enfrentará nuevamente a decisiones trascendentales donde deberá ponderar la angustiosa situación que vive un sector considerable de la sociedad frente a las pretensiones de quienes tomaron una decisión financiera no exenta de riesgos. Más allá del desenlace final, es imperioso que esta vez aprendamos la lección.

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